viernes, 9 de junio de 2017

Segunda Parte: La oración es reencontrar la historia

¿Es ese el sentido de la cruz del Viernes Santo?

No es otro.

¿Y, la resurrección del después de muertos biológicamente?

Es ahí, “donde tuerce el rabo la puerca”... (véase preguntas y respuestas 170-ss. de la segunda parte).


Es un misterio.


Pues... (véase preguntas y respuestas 354-ss., primera parte).


Lo es...


Pues...


Sí.


Por supuesto:
En el templo, cuando la pérdida del niño, a los doce años (cfr. Lc. 2, 41-52).
En las tentaciones del desierto (cfr. Lc. 4, 1-14).
En la expulsión de los mercaderes del templo (Jn. 2, 13-22).
En el huerto de los olivos, cuando pedro intervino con la espada (cfr. Jn. 18, 10-12).
Cuando Jesús les pregunta a los discípulos que qué piensa la gente que es él y la confesión de pedro (cfr. Lc. 9, 1-.26).
Justamente, el Viernes Santo (la máxima oración de Jesús de Nazareth), entre otros, de los muchos, por supuesto.


Definitivamente.


Allí se suceden de manera plena, una vez más, como en todas las veces, los tres elementos constitutivos de toda auténtica oración; es decir, la pasión, muerte y resurrección.

¿Y en la cruz, Jesús de Nazareth, volvió a experimentar esos tres elementos?

Sin la menor duda.


Sucede la pasión.

Eso ya se sabe... en todo el camino hacia la cruz... ¿No se dice que eso es la pasión de Cristo?

También.


Porque justo en la cruz se da otra vez la pasión.


Era la pasión, pero una nueva, distinta, en cierta manera. Pero, continuada según su propia historia: la de la cruz. No podía ser distinta.


Cada momento tiene su propia pasión.


En el Huerto hubo una pasión.


Pues, sí. ¿Cómo se puede interpretar, pues, la expresión y frase según el evangelista San Lucas, de: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»?


Que a cada instante se nos repite una nueva pasión en continuidad con nuestra propia historia.


Es.

¿O, sea, que una pasión, y otra, y otra... en la misma línea de nuestra historia?

Para qué decir, que, no; si, sí.

¿Y en el caso de Jesús de Nazareth sucedió una pasión nueva en continuación con su propia historia?

Pues... sí.


Estando en la cruz:

Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.
Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: = «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», - esto es: - «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?»
Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: «A Elías llama éste.» (Mt. 27, 45-47).


Ni, más; ni, menos.


Para, qué, decir, que, no; si, sí.


La historia es la misma. En continuidad.


Las circunstancias.


Cada momento concreto en conexión estrecha y en continuidad con el ayer y el mañana.


No es otra.


Ni tanto.


Más de lo que se cree.


Es evidente el gran sentido de la realidad que se tiene. Es más, que lo que menos.


Sin la menor duda.

¿O, sea, que la gente vive en oración, a pesar de que no va a los templos?

Ahí es donde está lo grandioso.


Es más común de lo que se cree.


Por supuesto.


Porque orar es la vida. La vida es la mejor oración. Y la gente vive la vida con sentido de historia y con sentido de instantaneidad.


Habría que estar ciego para no darse cuenta de eso.


He ahí lo sorprendente de esta verdad en la vida.


No necesariamente la experiencia de Dios es en un templo.


La vida... La vida... La vida...


Pues...


Son los lugares dedicados para facilitar la experiencia del encuentro con Dios. Pero, no son exclusivos.


Dios se halla en la vida y ésta asumida en clave de historia.


Sin la menor duda.


Ayudan... Todo su ambiente interno nos ayudan psicológicamente y nos disponen para el auto-encuentro en el encuentro, es decir, con nosotros mismos y con Dios.


Por supuesto.


Pues...

¿Pero, se puede encontrar a Dios en el auto-encuentro y tener la experiencia de Dios, y, también de la oración, fuera de los templos?

Decir lo contrario, sería pretender colocarle a Dios una camisa de fuerza.


Dios es sentido de misterio. Y misterio es sentido de historia. E historia asumida es oración.


Que no se puede volver a los grandes errores de las religiones, como ya habíamos señalado en la primera parte de este libro.


Que no es justo que retrocedamos en todo lo que hemos adelantado, tanto en los grandes logros de la humanidad, como, ahora, a estas alturas de nuestro recorrido.


Que tenemos que estar muy atentos para no repetir lo que no se quiere repetir.

Queda un punto todavía por tratar: la realidad de la sanación interior que supone que da la experiencia de la oración... ¿No cree que sería bueno que lo abordáramos?

Sería bueno... pero con sutileza, por favor...


Sí.


Sin la menor duda.


Para nuestro propio enriquecimiento personal.


Precisamente, es ahí donde está la clave.


Para volvernos a la vida.


Que la oración no es otra cosa que el proceso de volvernos a la vida, como tal, para simplificarlo, todo, precisamente.


La vida es la máxima oración que pueda existir.


En que, a veces, por circunstancias de la vida perdemos esa dimensión y es cuando a través de la experiencia de la oración, volvemos a recuperar el sentido de la vida.


Volver al sentido auténtico de la historia, pero de manera individual.

¿Necesitó, en el caso de Jesús de Nazareth, volver a la vida, a través de la oración según su experiencia del Huerto de los Olivos?

Era su confirmación.


Precisamente.


Justamente.



Para confirmar el sentido de su historia.

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