No es otro.
Es ahí, “donde tuerce el
rabo la puerca”... (véase preguntas y respuestas 170-ss. de la segunda parte).
Es un misterio.
¿Aquí es donde se cometen
grandes abusos a través de la experiencia de las religiones que se convierten
como si fuesen conocedoras de esos mundos del más allá con tanta familiaridad?
Pues... (véase preguntas y
respuestas 354-ss., primera parte).
Lo es...
¿Entonces, dónde está el problema que se aborden y hayamos abordados
estos temas como lo estamos haciendo?
Pues...
Sí.
¿Podría dar algunos datos sobre la vida de
Jesús de Nazareth en donde se pueda evidenciar lo que acaba de decir?
Por supuesto:
En el templo,
cuando la pérdida del niño, a los doce años (cfr. Lc. 2, 41-52).
En las
tentaciones del desierto (cfr. Lc. 4, 1-14).
En la expulsión
de los mercaderes del templo (Jn. 2, 13-22).
En el huerto de
los olivos, cuando pedro intervino con la espada (cfr. Jn. 18, 10-12).
Cuando Jesús
les pregunta a los discípulos que qué piensa la gente que es él y la confesión
de pedro (cfr. Lc. 9, 1-.26).
Justamente, el
Viernes Santo (la máxima oración de Jesús de Nazareth), entre otros, de los
muchos, por supuesto.
¿O, sea, que el Viernes Santo es la máxima
oración de Jesús de Nazareth?
Definitivamente.
Allí se suceden de manera
plena, una vez más, como en todas las veces, los tres elementos constitutivos
de toda auténtica oración; es decir, la pasión, muerte y resurrección.
¿Y en la cruz, Jesús de
Nazareth, volvió a experimentar esos tres elementos?
Sin la menor duda.
Sucede la pasión.
Eso ya se sabe... en todo el camino hacia la
cruz... ¿No se
dice que eso es la pasión de Cristo?
También.
Porque justo en la cruz se da otra vez la pasión.
Por supuesto, es donde más se da... ¿O, no
era, acaso, la pasión misma, por decirlo de alguna manera?
Era la pasión, pero una nueva, distinta, en cierta manera. Pero, continuada según su
propia historia: la de la cruz. No podía ser distinta.
Cada momento tiene su propia
pasión.
En el Huerto hubo una pasión.
Pues, sí. ¿Cómo se puede
interpretar, pues, la expresión y frase según el evangelista San Lucas, de: «Padre,
si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»?
Que a cada instante se nos
repite una nueva pasión en continuidad con nuestra propia historia.
Es.
Para qué decir, que, no; si,
sí.
¿Y en el caso de Jesús de Nazareth sucedió
una pasión nueva en continuación con su propia historia?
Pues... sí.
Estando en la
cruz:
Desde la hora
sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.
Y alrededor de
la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: = «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», -
esto es: - «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?»
Al oírlo
algunos de los que estaban allí decían: «A Elías llama éste.» (Mt. 27,
45-47).
Ni, más; ni, menos.
¿Entonces, no tenemos consuelo para nuestras
vidas, porque se seguirán pasiones nuevas y nuevas en continuidad con nuestra historia?
Para, qué, decir, que, no;
si, sí.
La historia es la misma. En
continuidad.
Las circunstancias.
Cada momento concreto en
conexión estrecha y en continuidad con el ayer y el mañana.
No es otra.
Ni tanto.
Más de lo que se cree.
Es evidente el gran sentido
de la realidad que se tiene. Es más, que lo que menos.
Sin la menor duda.
¿O, sea, que la gente vive en oración, a pesar de
que no va a los templos?
Ahí es donde está lo
grandioso.
Es más común de lo que se
cree.
Por supuesto.
Porque orar es la vida. La vida es la mejor oración. Y la gente vive la vida con sentido de
historia y con sentido de instantaneidad.
Habría que estar ciego para
no darse cuenta de eso.
He ahí lo sorprendente de
esta verdad en la vida.
No necesariamente la
experiencia de Dios es en un templo.
La vida... La vida... La
vida...
¿O, sea, que la gente sin saberlo está
comprendiendo estas verdades maravillosas con asumir su historia?
Pues...
Son los lugares dedicados
para facilitar la experiencia del encuentro con Dios. Pero, no son
exclusivos.
Dios se halla en la vida y
ésta asumida en clave de historia.
Sin la menor duda.
Ayudan... Todo su ambiente
interno nos ayudan psicológicamente y nos disponen para el auto-encuentro en el encuentro, es decir, con nosotros mismos y con Dios.
Por supuesto.
Pues...
¿Pero, se puede encontrar a Dios en el
auto-encuentro y tener la experiencia de Dios, y, también de
la oración, fuera de los templos?
Decir lo contrario, sería
pretender colocarle a Dios una camisa de fuerza.
Dios es sentido de misterio. Y misterio es sentido de historia. E historia asumida es oración.
Que no se puede volver a los
grandes errores de las religiones, como ya habíamos señalado en la primera
parte de este libro.
Que no es justo que
retrocedamos en todo lo que hemos adelantado, tanto en los grandes logros de la
humanidad, como, ahora, a estas alturas de nuestro recorrido.
Que tenemos que estar muy
atentos para no repetir lo que no se quiere repetir.
Queda un punto todavía por tratar: la realidad de la sanación interior que supone que da la experiencia
de la oración... ¿No cree que sería bueno que lo abordáramos?
Sería bueno... pero con
sutileza, por favor...
Sí.
Sin la menor duda.
Para nuestro propio
enriquecimiento personal.
Precisamente, es ahí donde
está la clave.
¿O, sea, si se ha asumido la vida tal como ella viene, sin
complicaciones, entonces, qué función presta para el proceso de crecimiento la
oración?
Para volvernos a la vida.
Que la oración no es otra
cosa que el proceso de volvernos a la vida, como tal, para simplificarlo, todo, precisamente.
La vida es la máxima oración que pueda existir.
En que, a veces, por
circunstancias de la vida perdemos esa dimensión y es cuando a través de la
experiencia de la oración, volvemos a recuperar el sentido de la vida.
Volver al sentido auténtico de la historia, pero de manera
individual.
¿Necesitó, en el caso de Jesús de Nazareth, volver a la vida, a través de la oración según su experiencia del Huerto de los Olivos?
Era su confirmación.
Precisamente.
¿Entonces, Jesús de Nazareth, según la mentalidad del evangelista, en
mentalidad teológica, no era, sino una confirmación de toda su vida?
Justamente.
Para confirmar el sentido de su historia.
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