En cierta manera.
No es otra la terapia que se deriva de la oración.
¿Entonces, cuando en circunstancias terribles de nuestras vidas, en
experiencias límites de la vida, la oración no es
pedir que se haga otra historia distinta de la que ya tenemos?
Imposible que sea así.
Para confirmar únicamente
nuestra historia. Y, si se ha perdido esa conexión, rescatar y comprender otra vez la idea de que es a ella que tenemos
que volver.
¿O, sea, que cuando pedimos que se cambie la historia caemos en
contradicción, y, ya no sería oración?
Precisamente.
En eso consiste la oración.
Jamás.
Imposible que sea así, aún cuando nos hayan enseñado esa idea.
No debería serlo.
¿Pero, no se dice que cuando se está atravesando momentos difíciles, es
decir, en situaciones límites de la vida, que tenemos que hacer oración y
pedirle a Dios que transforme nuestras vidas?
Ahí está el meollo de la cuestión.
No, necesariamente.
Jesús no estaba pidiendo que
cambiara su historia.
«Padre, si quieres, aparta
de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
Al contrario. La estaba
confirmando.
No tiene que serlo.
Es ignorar lo que significa
la oración.
Por supuesto.
Al contrario.
Se confirma la historia.
Se reconforta
psicológicamente y se prepara para volver a la vida.
Se vuelve a la vida, para asumirla.
Justamente.
No se hizo oración.
Ni, más; ni, menos.
Ni, más; ni, menos.
Justo allí. La prueba está
en que inmediatamente se da en Él la realidad de su historia, es decir, la cruz. Muere en ella. Y resucita.
¿O, sea, que en el caso de Jesús de Nazareth, el Viernes Santo, es la
confirmación de la oración del Huerto de los Olivos?
Ni, más; ni, menos.
Pues... No hay otra.
Lo es. ¿Por qué cree que en
el Huerto de los Olivos, Jesús de Nazareth, sudaba como sangre?
Se entiende... Se entiende... ¿O, sea, que no es fácil, entonces, eso
de la oración y su experiencia profunda?
Pues...
¿O, sea, que no podemos pretender salir con una historia nueva después
que hagamos oración y profunda?
No se puede pretender eso.
Para confirmar cada cual su
propia historia.
Precisamente.
Es cuando hay que hacer más
oración.
¿Pero, no dijimos que nada va a cambiar, porque, al fin y al cabo, la
historia es la misma, tanto, antes, como después?
Ahí está lo fascinante de la
oración.
Va a cambiar.
Cambiará toda posible
tentación de hacer querer cambiar el rumbo de la historia.
Volveremos a la cotidianidad de la vida.
Lo tiene. Y, mucho.
Pues, no se le ve... ¿Entonces, para qué orar? Ya sé... Me va a salir
con lo mismo... que para asumir...
Pues, no hay otra.
Pues, que hay que orar.
No hay otra.
Precisamente.
¿O, sea, que es un auto-engaño la oración, porque, al fin y al cabo
volvemos a lo mismo y como mismo comenzamos cuando comenzamos a orar?
No se puede salir con
historias nuevas, aunque sí con la misma historia, pero con un sentido nuevo de ella.
Ese es el sentido de la
oración.
No cambia nada la historia.
Total, es la misma.
La manera de volver a la
vida.
Que sin cambiar la historia,
porque es la misma, volvemos a ella con un sentido realista y real del sentido
de la historia.
Ni tanto. Es simple.
Muy simple.
En el sentido del misterio, aún de nuestra historia y de la historia.
¿Y, dónde está, entonces, lo de la terapia que se genera y se experimenta
en la oración y su experiencia profunda?
En que nos sana.
En la división que nos
genera muchas veces las circunstancias de la vida.
Que a veces perdemos el
sentido del futuro de nuestra historia.
Que el sentido teológico de
la historia, y con ello la de todos, está en que no se puede perder el sentido
de ella.
Seguirá nuestro pasado,
igual, intacto.
Por supuesto.
La concepción realista de ver la historia.
Ahí está todo.
No cambiará nada.
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