viernes, 9 de junio de 2017

Segunda Parte: Mal concepto de la oración


En cierta manera.


No es otra la terapia que se deriva de la oración.

¿Entonces, cuando en circunstancias terribles de nuestras vidas, en experiencias límites de la vida, la oración no es pedir que se haga otra historia distinta de la que ya tenemos?

Imposible que sea así.


Para confirmar únicamente nuestra historia. Y, si se ha perdido esa conexión, rescatar y comprender otra vez la idea de que es a ella que tenemos que volver.


Precisamente.


En eso consiste la oración.


Jamás.


Imposible que sea  así, aún cuando nos hayan enseñado esa idea.


No debería serlo.


Ahí está el meollo de la cuestión.


No, necesariamente.


Jesús no estaba pidiendo que cambiara su historia.


«Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»


Al contrario. La estaba confirmando.


No tiene que serlo.


Es ignorar lo que significa la oración.


Por supuesto.


Al contrario.


Se confirma la historia.


Se reconforta psicológicamente y se prepara para volver a la vida.


Se vuelve a la vida, para asumirla.


Justamente.


No se hizo oración.

¿O, sea, que el asumir es una preparación y es una vuelta a la realidad de todos los días?

Ni, más; ni, menos.

¿En eso consiste la resurrección que se experimenta en la experiencia de la oración?

Ni, más; ni, menos.


Justo allí. La prueba está en que inmediatamente se da en Él la realidad de su historia, es decir, la cruz. Muere en ella. Y resucita.


Ni, más; ni, menos.


Pues... No hay otra.


Lo es. ¿Por qué cree que en el Huerto de los Olivos, Jesús de Nazareth, sudaba como sangre?


Pues...


No se puede pretender eso.


Para confirmar cada cual su propia historia.


Precisamente.


Es cuando hay que hacer más oración.


Ahí está lo fascinante de la oración.


Va a cambiar.


Cambiará toda posible tentación de hacer querer cambiar el rumbo de la historia.


Volveremos a la cotidianidad de la vida.


Lo tiene. Y, mucho.


Pues, no hay otra.


Pues, que hay que orar.


No hay otra.


Precisamente.


No se puede salir con historias nuevas, aunque sí con la misma historia, pero con un sentido nuevo de ella.


Ese es el sentido de la oración.


No cambia nada la historia. Total, es la misma.


La manera de volver a la vida.


Que sin cambiar la historia, porque es la misma, volvemos a ella con un sentido realista y real del sentido de la historia.


Ni tanto. Es simple.


Muy simple.


En el sentido del misterio, aún de nuestra historia y de la historia.

¿Y, dónde está, entonces, lo de la terapia que se genera y se experimenta en la oración y su experiencia profunda?

En que nos sana.


En la división que nos genera muchas veces las circunstancias de la vida.


Que a veces perdemos el sentido del futuro de nuestra historia.


Que el sentido teológico de la historia, y con ello la de todos, está en que no se puede perder el sentido de ella.


Seguirá nuestro pasado, igual, intacto.


Por supuesto.


La concepción realista de ver la historia.


Ahí está todo.



No cambiará nada.

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