Que Jesús está recordándole
a los Doce que tiene que asumir su historia.
La suya.
Le dicen los discípulos:
«Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?»
La cruz.
Pues...
En que al Jesús asumir su historia tiene que morir en
la cruz (véase pregunta y respuesta 53, primera parte).
Que en la cruz y a través de la cruz va a venir
la resurrección.
Absolutamente, todo y nada.
Que Jesús, y así lo recoge
teológicamente, el evangelista, está hablando de que en la historia está la
resurrección.
Lo aclara todo.
Aún así.
Ahí es donde está lo
fascinante.
Es la experiencia del
aniquilamiento, y, por eso mismo, es la experiencia de la resurrección.
Porque para resucitar hay
que morir.
Pues que al morir se está
experimentando la realidad de la nada.
Eso supone la experiencia
nada suave del desgarramiento, del sufrir, del llorar, del dolor, de la lucha
interior.
Eso es morir.
Morir a la experiencia del
odio que nos divide interiormente y que lucha por vencer y vencernos.
Y al experimentar la
realidad del aniquilamiento como ser que tiene una historia
personal, donde se acumula un mundo negativo de experiencias y recuerdos, se
produce la lucha de experiencias y sentimientos.
Se experimenta la realidad
del desierto, de la soledad, nada suave, pero necesaria.
¿Y, si no se da esa experiencia del desierto, entonces, no se resucita,
es decir, no se hace la auténtica experiencia de la oración?
Precisamente.
Que es, justamente, la
experiencia del todo.
Pues...
Pues...
Pues...
¿Cómo se interpretaría, según estamos analizando, la experiencia de la
resurrección con la oración y con la vida?
Van juntos. No se pueden
separar. Se complementan.
¿Es decir que quien hace una auténtica experiencia de oración no puede contradecirse en la
vida diaria?
Si se contradijera, sería
una confirmación de que no está en la verdadera dimensión de la oración. Tal vez estará en un momento no preciso de lo que sería la verdadera
oración.
La experiencia del amor, en
todas sus dimensiones humanas.
Por supuesto.
Pues...
Ni, más; ni, menos.
Sin duda.
Definitivamente.
Lo es, definitivamente.
Es un encuentro con Dios, de manera indirecta.
Si se trata de un
auto-encuentro de manera directa;
indirectamente, ya es un encuentro con Dios. ¿Dónde cree que se
encuentra, entonces, Dios, no es en el hombre?
Por supuesto. Nunca dejan de
experimentarlo de esa manera.
¿Podría dar algún nombre, por favor, para ilustrarnos, a pesar de que
es parte de la metodología no querer decir nombres; no podría hacer una
excepción?
Está bien, pero solo una
vez, por favor, igualmente.
San Agustín lo afirma en el libro Las
Confesiones.
Entonces, en qué quedamos...
Está bien.
“¿Y cómo he de invocar a
mi Dios y Señor? Llamándole para que venga a mí, está dentro de mí mismo. Pues
¿qué lugar hay en mí, adonde pueda venir y estar mi Dios?
Luego, es verdad, Dios mío, que yo no existiría ni
tendría ser alguno, si Vos no estuvieras en mí. ¿O será mejor decir que no
existiría ni tendría ser, si yo mismo no estuviera en Vos, de quien, por quien
y en quien tienen ser todas las cosas? [... ] Pues si yo estoy en Vos, ¿para
dónde os llamo?
¿Por ventura puede alguno ser la causa o artífice de sí
mismo? ¿O hay algún otro conducto por donde se nos comunique el ser y la vida
fuera de Vos, que nos hacéis y formáis, y en quien el ser y el vivir no son dos
cosas realmente distintas, sino que Vos mismo sois la suma vida y el sumo ser?
... siendo así que Vos estabais más dentro de mí, que lo
más interior que hay en mí mismo, y más elevado y superior, que lo más elevado
y sumo de mi alma”.(San Agustín, Las Confesiones).
Muy interesante. Y es sobre
la idea que estamos girando desde hace tiempo en este trabajo y libro.
¿Eso significa, entonces, que la oración no es más que un auto-encuentro de manera directa, y, de manera
indirecta es ya, un encuentro con Dios?
Pues...
Por supuesto.
Ni, más; ni, menos.
Sin la menor duda.
¿O, sea, que en la oración el hombre se fortalece y se hace más humano,
es decir, más cercano a Dios, y a sí mismo, porque son la misma realidad?
Pues...
Todo lo contrario.
Si experimenta el Todo y la Nada.
Ya ha encontrado el Todo.
Ahí es donde está la clave.
La Nada, muy en el fondo es
la experiencia del Todo.
¿Pero, si ese silencio no es respetuoso, sino que le genera rebeldía, precisamente porque puede experimentar la desesperación?
Aún la desesperación,
aparente, es ya un encuentro (véase pregunta y respuesta 190, primera parte).
Todo lo contrario.
Lo va a llevar a la eterna
experiencia de la búsqueda.
Encontrará, aún, no encontrando.
Porque el desencuentro es ya un encuentro existencial.
Lo llevará a decir con el
mismo San Agustín:
“Pero Vos mismo lo
excitáis a ello de tal modo, que hacéis que se complazca en alabaros; porque
nos creasteis para Vos, y está inquieto nuestro corazón, hasta que descanse en Vos.”
Se colocará en la dimensión
de la total apertura.
Encontrara, aún no
encontrando, aparentemente.
¿Eso es lo mismo a decir de la famosa “noche oscura” de los que algunos hablan
en todo proceso sano de oración profunda?
Podría significar lo mismo.
¿Entonces, en el caso de las preguntas y de la posición existencial de
la pregunta como condición de la naturaleza humana, no es otra cosa que
experimentar verdaderamente lo que es ser el ser de la persona humana?
Está de más, decirlo.
Parece contradictorio...
Pero, ese es el meollo de la oración y lo fascinante de
la oración: que no es otra cosa que encuentro en el desencuentro (véase preguntas y respuestas 364-ss., segunda parte).
¿Entonces, los que han sido contestatarios, no han sido sino rebeldes y
en su rebeldía, no han hecho más que pura oración?
Parece contradictorio...
pero, sí nos mantenemos en lo que estamos descubriendo... no hay otra cosa que
decir, que sí.
Por supuesto. Además, muy
útil e interesante... y beneficioso.
¿O, sea, que aquel que tuvo miedo cuando abrió este libro y vio la nota
que se hacía y no se aventuró a leerlo, se perdió y se está perdiendo
comprender muchas cosas útiles para la vida? (véase página 7).
Pues...
Pues...
Sin la menor duda.
¿Y, por qué se colocó esa nota que imprime miedo y asusta a quien
pudiese abrir este libro: no era mejor no hacerla?
Precisamente, porque el tema
es muy delicado. Y podía generar escándalo, primero; y, después, se trataba de
generar curiosidad y así asegurar que quien lo abra, lo lea, al menos por
curiosidad.
¿O, sea, que Dios es la salud del hombre y en el hombre ya se encuentra
ese proceso psicológico terapéutico?
Pues... Ya lo dice el mismo
San Agustín:
“Pues decidme, Dios mío y Señor, por vuestra
infinita misericordia, lo que Vos sois para mí. Responded diciendo a mi alma:
Yo soy tu salud eterna. Mas decídselo de tal modo, que lo oiga bien y lo
entienda. He aquí, Señor, delante de Vos, los oídos de mi corazón: abridlos Vos
y decid a mi alma: Yo soy tu salud. Que al oir esta voz, yo correré siguiéndola,
y me abrazaré con Vos. No me ocultéis la dulzura de vuestro rostro. Muera yo para
verle, y no moriré dejándole de ver. ”
¿Entonces, la idea muy de moda en algún tiempo de la “noche oscura”, no es otra cosa que la
experiencia del no encuentro y de la Nada?
En cierta manera.
Es en cierta manera la
experiencia de la Nada.
¿O, sea, que el que no ha experimentado la “noche oscura” no ha experimentado
verdaderamente la experiencia auténtica de la oración?
Llegará un momento a esa
experiencia. Es más, es en la experiencia de la “noche oscura” donde experimentará el Todo.
Ahí es donde está la riqueza
del proceso de la oración auténtica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario