viernes, 9 de junio de 2017

Segunda Parte: El todo y la nada en la oración


Que Jesús está recordándole a los Doce que tiene que asumir su historia.


La suya.


Le dicen los discípulos: «Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?»


La cruz.

¿O, sea, que la cruz es la clave de interpretación del relato de la resurrección de Lázaro?

Pues...


En que al Jesús asumir su historia tiene que morir en la cruz (véase pregunta y respuesta 53, primera parte).


Que en la cruz y a través de la cruz va a venir la resurrección.


Absolutamente, todo y nada.


Que Jesús, y así lo recoge teológicamente, el evangelista, está hablando de que en la historia está la resurrección.


Lo aclara todo.


Aún así.


Ahí es donde está lo fascinante.

Volvemos a lo mismo: ¿Qué tiene que ver la resurrección con el todo y la nada, al mismo tiempo?

Es la experiencia del aniquilamiento, y, por eso mismo, es la experiencia de la resurrección.


Porque para resucitar hay que morir.


Pues que al morir se está experimentando la realidad de la nada.


Eso supone la experiencia nada suave del desgarramiento, del sufrir, del llorar, del dolor, de la lucha interior.


Eso es morir.


Morir a la experiencia del odio que nos divide interiormente y que lucha por vencer y vencernos.


Y al experimentar la realidad del aniquilamiento como ser que tiene una historia personal, donde se acumula un mundo negativo de experiencias y recuerdos, se produce la lucha de experiencias y sentimientos.


Se experimenta la realidad del desierto, de la soledad, nada suave, pero necesaria.


Precisamente.

Estamos claros, con lo de la nada y el morir... ¿Pero, qué tiene que ver la resurrección?

Que es, justamente, la experiencia del todo.


Pues...


Pues...

¿O, sea, el todo y la nada, al mismo tiempo?

Pues...


Van juntos. No se pueden separar. Se complementan.

¿Es decir que quien hace una auténtica experiencia de oración no puede contradecirse en la vida diaria?

Si se contradijera, sería una confirmación de que no está en la verdadera dimensión de la oración. Tal vez estará en un momento no preciso de lo que sería la verdadera oración.


La experiencia del amor, en todas sus dimensiones humanas.


Por supuesto.


Pues...


Ni, más; ni, menos.


Sin duda.

¿O, sea, que la terapia de la oración es porque se trata de un auto-encuentro?

Definitivamente.


Lo es, definitivamente.


Es un encuentro con Dios, de manera indirecta.


Si se trata de un auto-encuentro de manera directa; indirectamente, ya es un encuentro con Dios. ¿Dónde cree que se encuentra, entonces, Dios, no es en el hombre?


Por supuesto. Nunca dejan de experimentarlo de esa manera.


Está bien, pero solo una vez, por favor, igualmente.


San Agustín lo afirma en el libro Las Confesiones.


Entonces, en qué quedamos...


Está bien.


¿Y cómo he de invocar a mi Dios y Señor? Llamándole para que venga a mí, está dentro de mí mismo. Pues ¿qué lugar hay en mí, adonde pueda venir y estar mi Dios?
Luego, es verdad, Dios mío, que yo no existiría ni tendría ser alguno, si Vos no estuvieras en mí. ¿O será mejor decir que no existiría ni tendría ser, si yo mismo no estuviera en Vos, de quien, por quien y en quien tienen ser todas las cosas? [... ] Pues si yo estoy en Vos, ¿para dónde os llamo?
¿Por ventura puede alguno ser la causa o artífice de sí mismo? ¿O hay algún otro conducto por donde se nos comunique el ser y la vida fuera de Vos, que nos hacéis y formáis, y en quien el ser y el vivir no son dos cosas realmente distin­tas, sino que Vos mismo sois la suma vida y el sumo ser?
... siendo así que Vos estabais más dentro de mí, que lo más interior que hay en mí mismo, y más elevado y superior, que lo más elevado y sumo de mi alma”.(San Agustín, Las Confesiones).


Muy interesante. Y es sobre la idea que estamos girando desde hace tiempo en este trabajo y libro.

¿Eso significa, entonces, que la oración no es más que un auto-encuentro de manera directa, y, de manera indirecta es ya, un encuentro con Dios?

Pues...

¿Y al ser un auto-encuentro es ya una riqueza?

Por supuesto.

¿Y eso es el encuentro con el Todo y la Nada, al mismo tiempo?

Ni, más; ni, menos.


Sin la menor duda.


Pues...


Todo lo contrario.


Si experimenta el Todo y la Nada.


Ya ha encontrado el Todo.


Ahí es donde está la clave.


La Nada, muy en el fondo es la experiencia del Todo.


La Nada y su encuentro le va a llevar al silencio respetuoso. Y ese silencio es el encuentro, definitivamente (véase preguntas y respuestas 347-348, segunda parte; 188-189, primera parte).

¿Pero, si ese silencio no es respetuoso, sino que le genera rebeldía, precisamente porque puede experimentar la desesperación?

Aún la desesperación, aparente, es ya un encuentro (véase pregunta y respuesta 190, primera parte).


Todo lo contrario.


Lo va a llevar a la eterna experiencia de la búsqueda.


Encontrará, aún, no encontrando. Porque el desencuentro es ya un encuentro existencial.


Lo llevará a decir con el mismo San Agustín:
Pero Vos mismo lo excitáis a ello de tal modo, que hacéis que se complazca en alabaros; porque nos creasteis para Vos, y está inquieto nuestro corazón, hasta que descanse en Vos.


Se colocará en la dimensión de la total apertura.


Encontrara, aún no encontrando, aparentemente.

¿Eso es lo mismo a decir de la famosa “noche oscura de los que algunos hablan en todo proceso sano de oración profunda?

Podría significar lo mismo.


Está de más, decirlo.


Parece contradictorio... Pero, ese es el meollo de la oración y lo fascinante de la oración: que no es otra cosa que encuentro en el desencuentro (véase preguntas y respuestas 364-ss., segunda parte).


Parece contradictorio... pero, sí nos mantenemos en lo que estamos descubriendo... no hay otra cosa que decir, que sí.


Por supuesto. Además, muy útil e interesante... y beneficioso.


Pues...


Pues...


Sin la menor duda.


Precisamente, porque el tema es muy delicado. Y podía generar escándalo, primero; y, después, se trataba de generar curiosidad y así asegurar que quien lo abra, lo lea, al menos por curiosidad.


Pues... Ya lo dice el mismo San Agustín:
Pues decidme, Dios mío y Señor, por vuestra infinita misericordia, lo que Vos sois para mí. Responded diciendo a mi alma: Yo soy tu salud eterna. Mas decídselo de tal modo, que lo oiga bien y lo entienda. He aquí, Señor, delante de Vos, los oídos de mi corazón: abridlos Vos y decid a mi alma: Yo soy tu salud. Que al oir esta voz, yo correré siguiéndo­la, y me abrazaré con Vos. No me ocultéis la dulzura de vuestro rostro. Muera yo para verle, y no moriré dejándole de ver.

¿Entonces, la idea muy de moda en algún tiempo de la “noche oscura”, no es otra cosa que la experiencia del no encuentro y de la Nada?

En cierta manera.

¿Pero, es necesaria la experiencia de la “noche oscura” en la experiencia de la oración?

Es en cierta manera la experiencia de la Nada.

¿O, sea, que el que no ha experimentado la “noche oscura” no ha experimentado verdaderamente la experiencia auténtica de la oración?

Llegará un momento a esa experiencia. Es más, es en la experiencia de la “noche oscura” donde experimentará el Todo.



Ahí es donde está la riqueza del proceso de la oración auténtica.

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